Introducción
Se
pretende mediante este informe dar un panorama comparativo entre los sistemas
socialistas y capitalistas que implementan los estados para dominar o dirigir
una nación, dependiendo del sistema empleado, se plasma a un estado con sus
limitaciones ante otros como sujeto de derecho internacional público, se
caracteriza al estado cuando adopta el sistema Globalizador-Neoliberal, se
define las funciones reducidas del estado cuando es organizado y enrumbado en
el socialismo, también se define como se pierde la soberanía cuando se privatiza
las empresas de una nación y se les da a transnacionales
Estos
y otros temas relacionados son definidos en este informe para la comprensión de
los sistemas que nos rodea y que siempre están en conflicto.
El Estado como sujeto de derecho Internacional Público
El
sujeto de Derecho Internacional Público lo componen los Estados que es una forma de organización
social soberana y coercitiva, formada por un conjunto de instituciones
involuntarias, que tiene el poder de regular la vida nacional en un territorio
determinado, las Organizaciones
Internacionales es toda organización con
miembros, alcance, o presencia internacional; la Comunidad Luchadora, Los
movimientos de liberación nacional y el individuo este recibe los derechos y
obligaciones.
De
acuerdo a lo expuesto entiendo que los Estados para gobernar y el manejo de sus relaciones se
ven obligados a la creación de sujetos internacionales. Los Estados como
sujetos creadores de derecho internacional tienen el privilegio de dar
existencia a nuevas personas internacionales y la función específica de los
Estados es la de elaborar las normas del
derecho internacional es compartida y delegada a estos nuevos sujetos, como por
ejemplo, las organizaciones internacionales, empresas transnacionales, fuerzas
armadas en misiones internacionales.
Entre tantas
teorías, escogí la más adecuada, en cuanto al individuo, si es
un sujeto pasivo del Derecho Internacional publicó pues, si ya que sólo recibe
de él derechos y obligaciones. No puede ser sujeto del Derecho Internacional
porque carece de capacidad para celebrar tratados y no tiene legitimación para
acudir ante los Tribunales Internacionales para hacer valer sus derechos.
Otra
importancia del individuo es que puede ser responsable internacionalmente
cuando viola normas fundamentales del Derecho Internacional. Son actos ilegales
de violencia que pueden ser cometidos en el mar o en el espacio aéreo.
Los únicos
sujetos que pueden cometer estos actos son las personas físicas, los
individuos, pero los Estados están autorizados por el ordenamiento
internacional a detener a los infractores de la norma y someterlos a su
jurisdicción; pero quien tipifica el delito es el
Derecho Internacional.
El Estado Nación
en el Contexto de la Globalización Neoliberal
A raíz de los acontecido históricamente en 1945, y en
el contexto de la Guerra Fría, los Estados Unidos cumplieron un papel decisivo
en la reconstrucción de las naciones que participaron en la Segunda Guerra
Mundial, principalmente, de las economías de Europa Occidental y Japón.
Inicialmente, los déficits de pagos de esos países con los Estados Unidos
fueron cubiertos con programas norteamericanos de ayuda (Plan Marshall) y
medidas proteccionistas y de control de cambios de los países deficitarios. El
Estado intervino intensamente en el proceso de reconstrucción y, de allí en
más, para alcanzar objetivos estructurales deseables, uno de cuyos mayores
ejemplos es la política agrícola común de la Unión Europea. En aquel entonces,
la “escasez de dólares” reflejó los desequilibrios de los pagos internacionales
de la posguerra. Hacia finales de la década de 1950, la rápida recuperación de
Europa y Japón permitió la progresiva liberalización del comercio y el abandono
de las restricciones a los pagos internacionales.
Ahora bien, en los últimos años acerca del efecto que viene produciendo
la globalización neoliberal en ámbitos del Estado como garante del bienestar
del ciudadano común. El paradigma del Estado social de Derecho o Estado Bienestar,
ha cedido sus espacios de actuación frente al progresivo avance de la fórmula
neoliberal–económica del Estado.
Cada vez es más acentuada la pérdida del vínculo
con el ciudadano, toda vez que la tendencia es dejar a la mano invisible la
producción de los referentes simbólicos necesarios a toda acción social. Ya no
es la necesidad de regulaciones sociales las que impulsan al sujeto de esta
modernidad tardía latinoamericana; antes bien, la fórmula del libre mercado ha
transformado al sujeto que produce referentes, en objeto meramente referencial,
al ser consideradas las empresas transnacionales y el libre mercado que
manejan, como creencia y como lógica suficiente para resolver los problemas
comunes de los ciudadanos, un ejemplo de ello es tal como ocurre en las mejores
narraciones al estilo de la ciencia–ficción norteamericana. Esto es, que la
pérdida de los valores de una sociedad está vinculada con la creciente y
progresiva tendencia hacia el homo mercadología.
El proceso de globalización trae consigo la pérdida
del poder de acción del Estado frente a las exigencias del ciudadano, ya que es
el libre mercado el ente capaz de regular todas las acciones referenciales de
los sujetos y al mismo tiempo producir la necesaria desregulación para su
accionar, libre de trabas. Por ello las prestaciones sociales que
tradicionalmente se le dejaban al Estado, son literalmente borradas de los
ordenamientos jurídicos, para ir a un sistema de mercado total donde sea éste
el que satisfaga las necesidades ciudadanas. Y es allí donde se encuentra el
dilema de las sociedades modernas: ¿Es el libre mercado suficiente para
satisfacer las necesidades ciudadanas, tal como lo pretenden las corporaciones
multilaterales provenientes del tratado Bretton–Woods (OMC, BM, FMI, OCDE), o
más bien, es necesario la re-simbolización de las democracias, derrotadas ante
el discurso de la posmodernidad occidental?
El Estado–Nación queda de este modo mal parado ante
la paradoja del libre mercado: menos Estado por más libertad comercial,
propósito que es conseguido por la vía de los acuerdos económicos que los entes
mencionados realizan con los Estado del Sur, tradicionales usuarios de los
préstamos necesarios para salir de la crisis económica en la que históricamente
se han encontrado, pero de la cual nunca saldrán bajo esta lógica neoliberal.
Este propósito es conseguido por la vía de las desregulaciones o
debilitamientos de los ordenamientos jurídicos (anulación de leyes que
consagran el cumplimiento de los fines del Estado), los cuales, al final, se
verán totalmente abiertos a la intromisión de los Entes Multilaterales. Éstos,
en forma restringida, imponen una agenda para la posible inyección de dinero
fresco, en caso de habérsele otorgado el visto bueno a los Estados
beneficiarios; si los organismos financieros internacionales deciden realizar
el desembolso de auxilios para sortear la crisis, será a un alto costo social,
económico y político, produciendo desestabilizaciones en el ámbito del
ejercicio del poder, al cual, a su vez, se le atribuyen los fracasos que el
proceso de globalización no puede evitar.
Por ello, la noción de Estado–habitante es en estos
tiempos de post-modernidad el blanco de ataque del neoliberalismo. Mientras más
se abran los Estados al libre mercado, mayor será la presencia de los
organismos multilaterales y su intromisión en el ámbito económico–político. Tal
como están planteadas las cosas, el libre mercado no garantiza el cumplimiento
de los fines sociales, y por lo tanto se produce la pérdida de la ciudadanía,
pues el neoliberalismo y la globalización que apuntala, necesita de sujetos
solventes con alto poder de consumo, cuestión que más bien se ha ido reduciendo
pues la pobreza cada año incrementa sus índices en las naciones del Sur.
Esta reducción del poder adquisitivo, implica la
reducción de la ciudadanía, pues la globalización neoliberal no tolera a los
sujetos no consumidores, ni mucho menos a los Estados que cierran sus puertas
al proceso de desregulación jurídica que viene pareja con ella.
En la
actualidad, el sistema mundial confronta problemas no resueltos y, en primer
lugar, las asimetrías en los niveles de bienestar derivados de la desigualdad
en la distribución de los frutos del progreso técnico entre los países y dentro
de cada uno de ellos. Los problemas “históricos” de la globalización se
entrecruzan ahora con la gran crisis financiera y sus repercusiones en la
economía real. En este escenario resaltan tres cuestiones principales.
Primero, la
inviabilidad de un sistema financiero planetario desregulado, centrado en la
especulación. Segundo, la imposibilidad de seguir cerrando la brecha
ahorro-inversión a través del déficit externo de los Estados Unidos. Tercero,
la emergencia de las grandes naciones de Asia como nuevos protagonistas de las
relaciones internacionales.
En
este desordenado sistema global, nuestro país debe trazar su política económica
y fortalecer su libertad de maniobra, para no volver a quedar atrapados en la
deuda y la subordinación a la irracionalidad de los mercados.
La reducción de
las funciones del Estado
La crisis económica que afectó la región desde la década de los ochenta,
hizo tambalear este modelo de Estado, generando una polémica importante entre
los partidarios de la disminución del Estado, la reducción de su inserción en
la vida económica y social, y el aumento del protagonista del Mercado, como
mecanismo de distribución, de una parte, y los partidarios del mantenimiento
del modelo de Estado de Bienestar.
La reducción
de las funciones del Estado y el debilitamiento de la idea de nación, son
asuntos centrales dentro de las tendencias que están modificando el perfil de
las sociedades contemporáneas. En el ámbito económico la disminución del poder
del Estado es evidente. Con la eliminación de restricciones al flujo de
capitales y mercancías, esta instancia pierde progresivamente capacidad para
controlar la economía de las naciones. Cada vez mas las decisiones importantes
en materia económica se toman fuera de su ámbito territorial, en grandes
corporaciones, empresas transnacionales o instancias multilaterales. Aspectos
sustantivos de la política económica pasan a estar al margen de las decisiones
de las burocracias estatales."En un mundo donde el capital no tiene
domicilio establecido y los movimientos financieros en gran medida están fuera
de control de los gobiernos nacionales, muchas palancas de la política
económica ya no funcionan". Esta perdida de peso evidentemente tiene
resonancia en otros ámbitos. El Estado era el espacio dotado de autonomía capaz
de ordenar la sociedad nacional de acuerdo con su historicidad, sus fuerzas
económico sociales, en fin sus contradicciones internas". Esto está
cambiando actualmente. Tal autonomía esta siendo fuertemente socavada, con lo
cual la idea misma de política como espacio para estructurar la vida social en
un proyecto común, también pierde fuerza.
Tal
debilitamiento, si bien marca cambios únicos en la forma en que se han venido
organizando nuestras sociedades, no puede interpretarse aún como la
desaparición del Estado nación. Aunque está claro que éste está perdiendo
capacidades importantes, quizás sea apresurado (e ideológicamente intencionado)
decir que el Estado Nación está desvaneciéndose. Probablemente con frecuencia se está
emitiendo la partida de defunción del Estado de una forma apresurada.
En lo que
respecta a sus funciones simbólicas, en muchos casos no es tan evidente que
estén desapareciendo. Como sabemos "....el Estado-nación no es solamente
una entidad político-administrativa, es una instancia de producción de
sentido". Las identidades
nacionales (a pesar de todas las tensiones y exclusiones que producían
internamente) eran fuente central de sentido en las sociedades modernas. Sin
embargo, con los procesos de mundialización de la cultura, esta función comenzó
a ser compartida por otros referentes creadores de afinidad y de pertenencia.
Para muchos se trata de un desplazamiento absoluto que marca el fin de las
culturas nacionales. Sin embargo, es pronto para hacer este tipo de
afirmaciones, en especial en América Latina. Considero
que la idea de Nación sigue operando como productora de identidad, aunque ésta
coexista ahora con construcciones simbólicas mundializadas (como en el caso de
las modas juveniles) o localizadas (por ejemplo, las comunidades indígenas) que
probablemente tiendan a carcomerlas. Evidentemente la Nación ya no es la única
o principal fuente de producción de sentido compartido; pero aún existen
mecanismos a través de los cuales ésta crea ataduras y formas de pertenencia
que las personas alternan (de acuerdo a argumentos y posiciones específicas)
con otros referentes, ya sea locales, étnicos, generacionales, mediáticos o
trasnacionales.
El
debilitamiento del Estado nación ha propiciado la emergencia de ciertas
lecturas y discursos -algunas veces de corte divulgativo, otras de carácter
académico- que relacionan estos cambios con el fin definitivo de dicha
construcción histórica, y con el comienzo de un periodo signado por la ausencia
de centro, de proyectos planificadores, de control y de poderes concentrados.
Del mismo
modo, la reducción de restricciones a la circulación de capitales y el flujo
veloz de información a cualquier parte del globo, se presentan como el fin
definitivo de las fronteras en el mundo. Con ello, por un lado, se ocultan las
nuevas trabas al desplazamiento de personas (desde los países Sur) que se
imponen como contraparte al libre movimiento de información y dinero. Cuando se habla de los desplazamientos humanos (flujos
migratorios y el dinamismo en el movimiento de personas del Norte). Esta
equivalencia entre turistas y ejecutivos e inmigrantes, ignora las diferencias
no solo en cuanto a las condiciones de acogida en la sociedad de llegada (para
unos marcadas por fuertes restricciones a la ciudadanía) sino también las
enormes distancias en las causas, motivaciones y condiciones de estos desplazamientos.
Por otro lado, se desconocen las diferencias (a veces abismales) que se están
afianzando entre regiones, naciones e incluso entre sectores de la población de
un mismo país. El rezagamiento de regiones en cuanto a condiciones mínimas para
adaptarse a las exigencias de la sociedad de la información, habla de estas
distancias, así como la ampliación de la
brecha en la distribución mundial de los recursos. La polarización social
dentro de los países es también indicativa de esas nuevas fronteras no
geográficas. Consideremos problemático
el uso a la ligera que a veces se hace, de nociones como nomadismo, des-territorialización
y descentramiento.
La idea de
descentramiento hace pensar en la dispersión total (casi democrática) del poder
y los recursos. En la ausencia de asimetrías, jerarquías o concentraciones en
cuanto a capacidad y poder para movilizar capitales, producir mercancías o
información, adquirir bienes de consumo o disfrutar de los beneficios de tales
acciones. A nuestro, juicio, este tipo de planteamientos conlleva muchos
equívocos. Evidentemente en el contexto actual no estamos frente a una
disolución mundial de escalas e irregularidades. Lo que sucede no es que no
existan grandes centros (de poder y control), sino que éstos son cada vez menos
las instancias de poder político, de gobierno y planificación con ámbitos de
acción nacionales. Existen nuevos y múltiples centros. Los Estados comparten
ahora sus antiguas funciones con grandes empresas y corporaciones transnacionales.
Se trata entonces, de un movimiento de reorganización del poder, un proceso de
rearticulación de instancias económicas y políticas para conformar nuevas
formas de predominio.
La pérdida de la soberanía y el reinado de las
transnacionales
Cuando
el Estado perdió eficacia para cumplir con los fines de acumulación del
capital, el libre mercado se convirtió en la propuesta política del capital
financiero transnacional con miras a sostener y, sobre todo, apresurar el
proceso de globalización y mejorar las condiciones de la reproducción del
capital.
En
otras palabras, la globalización es un fenómeno histórico, marcado por la
desaparición del llamado socialismo real, vinculado a un proyecto político
diseñado e impulsado por una clase social hegemónica propietaria del capital y
que, entre otras cosas, implica el desplazamiento del Estado de la actividad
económica.
En
consecuencia, se impone una modalidad capitalista sustentada en el libre
mercado, lo que, simultáneamente, implica cambios culturales y políticos que
responden a la imposición y desarrollo del proyecto en su conjunto.
Ese
proyecto político, sin embargo, pasa por alto la historia del capitalismo cuya
constante ha sido el intervencionismo estatal, en ocasiones para asegurar el
funcionamiento del mercado, otras veces con el fin de “impedirle (al
capitalismo) frustrar de manera demasiado severa necesidades humanas esenciales
de estabilidad y seguridad” y, en otros momentos, para cumplir ambos objetivos.
El
desplazamiento del Estado y la imposición del mercado en la actividad
económica, tal y como previeron correctamente distintos sectores sociales
opuestos a la privatización de las empresas públicas y de los recursos
naturales, trajo consigo formas crecientes de exclusión social, elevó los niveles
de desempleo y pobreza, además de agudizar la polarización en sociedades ya de
por sí proclives a la polarización.
Al
mismo tiempo, los servicios públicos como la salud, la educación, la vivienda,
la energía eléctrica, el agua potable y, en general, todos los referidos a la
seguridad social, al dejar de ser bienes y servicios proporcionados por el
Estado han empezado a perderse como parte de los componentes inalienables de
los derechos ciudadanos y se han convertido en meras mercancías intercambiadas
entre proveedores privados y clientes que actúan en el mercado al margen de
cualquier consideración social y, mucho menos, de la responsabilidad
gubernamental de atender las necesidades de la población, con el fin expreso de
disminuir las desigualdades sociales y regionales.
El nuevo rol del Estado como generador de bienestar y
transformaciones sociales
Es evidente que el modelo de Estado Populista, paternalista,
centralizado, asociado a los vicios ya mencionados que afectan nuestro Sistema
Político (partidocracia, clientelismo, etc.), no puede ser una de las opciones
que tiene el pueblo venezolano para continuar su proceso social.
Lamentablemente en épocas tan importantes para escoger los derroteros que el
país debe proseguir, no faltan los irresponsables que hacen ofertas electorales
de corte populista, tratando de conquistar el poder, aun a sabiendas de su
imposibilidad de cumplir con tales promesas demagógicas. En nuestra opinión, no
es posible mantener ese modelo de Estado que lamentablemente se encuentra sembrado
en la cultura política nacional. Sabemos que modificar esta situación, implica
un proceso lento de reeducación tanto de los gobernantes como de los
gobernados, pero no hay otra opción, ni otra postergación. De lo contrario, nos
sobrevendrá una crisis de pronóstico reservado, nunca vivida. Sin embargo, no
podemos concluir en la aceptación pura y simple del rol asignado al Estado por
la corriente neoliberal. El Estado no puede abandonar su presencia en la
estructura social como ya lo analizamos arriba, lo que debe ocurrir es una
modificación de la manera como se articula con la sociedad. De allí la
importancia de definir con precisión las nuevas relaciones Estado-Sociedad.
Por otra parte, el apunte planteado por los neoliberales padece de
numerosas fallas, que no toman en cuenta la realidad socio-política. Como ya lo
mencionamos, son elaboraciones hechas en el contexto de la Ciencia Económica, y
dentro de ella, de una inclinación teórica, pero cuya aplicación genera,
necesariamente, efectos en el ámbito político, social, cultural, etc.
A pesar de que la dura experiencia de la aplicación de estas medidas de
ajuste, ha generado una conciencia de la necesidad de la revisión de este apunte,
para enriquecerlo con ingredientes aportados por los estudios politológicos,
tales acercamientos siguen teniendo una óptica muy limitada, muy torcida hacia
la defensa de determinados intereses, y, lo más grave, poco preocupada por la
superación real de los problemas sociales generados, y las efectos perniciosos
en la gobernabilidad y legitimidad democráticas.
Para finalizar, en la actualidad el sistema político de democracia participativa y
protagónica, las nuevas formas de relacionarse los espacios públicos y privados
y la direccionalidad del diálogo entre ciudadanos y Estado, constituyen
premisas esenciales para el impulso de un modelo económico y pedagógico
adaptado a las necesidades y expectativas ciudadanas sobre el desarrollo.
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